Draco Rosa, la vena de la distorsión. [CRÓNICA]

Textos: Umberto Pérez

Hay un vínculo especial entre Bogotá y Draco Rosa. No es un comentario chauvinista, el artista se ha encargado de recalcarlo cada vez que ha podido. En sus horas más bajas de su juventud la capital de Colombia le abrió las puertas para luego, y gracias a un álbum soberbio, despegar en toda América Latina. Dicho de otra manera, Bogotá fue la primera ciudad que lo tomó en serio. Y eso Draco lo agradece hasta el cansancio; lo hizo el pasado 14 de febrero en el Movistar Arena, en el marco de su gira Sueños peligrosos, durante uno de los poquísimos momentos en los que dejó ver su rostro, la mayoría del tiempo oculto bajo un sombrero pescador de paja.

Fotografía @andreswolf

La primera vez que Draco Rosa se presentó en Bogotá también ocultó su cara. Lo hizo en un lugar muy raro, se llamaba La Grúa y su principal atractivo eran las plataformas para hacer bungee jumping; obvio, corrían los últimos años 90, época infame de hipersexualización, MTV y rock alterlatino. Draco parecía haber sintetizado tanta locura espesa en Vagabundo (1996), un álbum que en Colombia patentó su calidad de clásico casi de forma instantánea. En aquella ocasión Rosa traía consigo una tormenta interior que había desatado y no había sabido domar, pero el público lo recibió y lo abrazó con amor. Y así fue desde entonces.

Así también fue esa noche, quizás la primera en la que Draco se presentó en un escenario tan grande él solo (en anteriores ocasiones, paradójicamente, lo hizo en recintos pequeños y más solemnes, o en explanadas como parte de macrofestivales), y aunque estuvo lejos agotar la silletería, quienes asistieron al otrora Coliseo el Campín atestiguaron a un artista en estado permanente de combustión.

Fotografía @andreswolf

Acompañado de una banda numerosa -con él forman un decteto que incluye secciones de vientos y laptops- Rosa hizo un repaso de casi todos sus álbumes: desde Frío (1994) hasta Reflejos de lo eterno (2024) dedicado a standards del rock hispanoamericano, deteniéndose en canciones justamente eternas y firmadas por él como “Llanto subterráneo”, “Blanca mujer”, “Brujería” y “Mamá”, entre otras, algunas interpretadas de manera fidedigna a la grabación y otras mutadas en tiempo real gracias a una banda virtuosa con momentos propios para la plasticidad de un repertorio cuidado y dirigido por el propio Draco mientras danza cual chamán; la comodidad estética nunca ha sido una de las características del nuyorican, “llevo la vena de la distorsión” apunto un instante antes de encarar “Más y más”.

Fotografía @andreswolf

Aunque el sino de los artistas que bordean el malditismo es la incapacidad de desprenderse de esa carga, Draco Rosa, sobreviviente por demás, arroja luz en momentos preciosos como cuando canta “Esto es vida”, “Obra de arte”, “Casi una diosa”, “Monserrat” y “Con cada amanecer” -los dos temas nuevos que estrenó- e incluso “Penélope” en la que pone a cantar a todo el mundo.

Fotografía @andreswolf

Antes de desaparecer tras el telón de color rojo escarlata que simula el enorme teatro de lo absurdo en la pantalla gigante (cuánto se echa de menos el Palacio de los Deportes para conciertos como este, se habría llenado y habría resultado aún más emotivo) Draco se despidió con “Cuándo pasará” esa oración que ha sabido hacer suya desde los días de Frío -escrita por su socio Luis G. Escolar para Menudo en su época dorada- y en la que, a la inversa, quienes le escuchamos agradecemos por atender esa plegaria que reza “cuándo escribirás tu cuento que cuente las cosas que yo siento” por haberlo hecho desde que abrazara la canción, allá en los comienzos de los años noventa. Al día siguiente, el artista recibió la ciudadanía colombiana.

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